
DICEN QUE NO HABLAN
LAS PLANTAS

Dicen
que no hablan
las plantas, ni
las fuentes, ni
los pájaros,
Ni el onda con
sus rumores, ni
con su brillo
los astros,
Lo dicen, pero
no es cierto,
pues siempre
cuando yo paso,
De mí murmuran y
exclaman:
?Ahí va la loca
soñando
Con la eterna
primavera de la
vida y de los
campos,
Y ya bien
pronto, bien
pronto, tendrá
los cabellos
canos,
Y ve temblando,
aterida, que
cubre la
escarcha el
prado.
?Hay canas en mi
cabeza, hay en
los prados
escarcha,
Mas yo prosigo
soñando, pobre,
incurable
sonámbula,
Con la eterna
primavera de la
vida que se
apaga
Y la perenne
frescura de los
campos y las
almas,
Aunque los unos
se agostan y
aunque las otras
se abrasan.
Astros y fuentes
y flores, no
murmuréis de mis
sueños,
Sin ellos, ¿cómo
admiraros ni
cómo vivir sin
ellos?

ERA APACIBLE
EL DIA

Era apacible
el día
Y templado el
ambiente,
Y llovía, llovía
Callada y
mansamente;
Y mientras
silenciosa
Lloraba y yo
gemía,
Mi niño, tierna
rosa
Durmiendo se
moría.
Al huir de este
mundo, ¡qué
sosiego en su
frente!
Al verle yo
alejarse, ¡qué
borrasca en la
mía!
Tierra sobre el
cadáver
insepulto
Antes que
empiece a
corromp-erse...
¡tierra!
Ya el hoyo se ha
cubierto,
sosegaos,
Bien pronto en
los terrones
removidos
Verde y pujante
crecerá la
yerba.
¿Qué andáis
buscando en
torno de las
tumbas,
Torvo el mirar,
nublado el
pensamiento?
¡No os ocupéis
de lo que al
polvo vuelve!...
Jamás el que
descansa en el
sepulcro
Ha de tornar a
amaros ni a
ofenderos
¡Jamás! ¿Es
verdad que todo
Para siempre
acabó ya?
No, no puede
acabar lo que es
eterno,
Ni puede tener
fin la
inmensidad.
Tú te fuiste por
siempre; mas mi
alma
Te espera aún
con amoroso afán,
Y vendrá o iré
yo, bien de mi
vida,
Allí donde nos
hemos de
encontrar.
Algo ha quedado
tuyo en mis
entrañas
Que no morirá
jamás,
Y que Dios,
porque es justo
y porque es
bueno,
A desunir ya
nunca volverá.
En el cielo, en
la tierra, en lo
insondable
Yo te hallaré y
me hallarás.
No, no puede
acabar lo que es
eterno,
Ni puede tener
fin la
inmensidad.
Mas... es verdad,
ha partido
Para nunca más
tornar.
Nada hay eterno
para el hombre,
huésped
De un día en
este mundo
terrenal,
En donde nace,
vive y al fin
muere
Cual todo nace,
vive y muere acá.

HORA TRAS HORA, DIA
TRAS DIA

Hora
tras hora, día
tras día,
Entre el cielo y
la tierra que
quedan
Eternos vigías,
Como torrente
que se despeña
Pasa la vida.
Devolvedle a la
flor su perfume
Después de
marchita;
De las ondas que
besan la playa
Y que una tras
otra besándola
expiran
Recoged los
rumores, las
quejas,
Y en planchas de
bronce grabad su
armonía.
Tiempos que
fueron, llantos
y risas,
Negros tormentos,
dulces mentiras,
¡Ay!, ¿en dónde
su rastro
dejaron,
En dónde, alma
mía?

ORILLAS DEL SAR

A través
del follaje
perenne
Que oír deja
rumores extraños,
Y entre un mar
de ondulante
verdura,
Amorosa mansión
de los pájaros,
Desde mis
ventanas veo
El templo que
quise tanto.
El templo que
tanto quise...
Pues no sé decir
ya si le quiero,
Que en el rudo
vaivén que sin
tregua
Se agitan mis
pensamientos,
Dudo si el
rencor adusto
Vive unido al
amor en mi pecho.

ÁNGEL

Todo duerme…
del aire, el
soplo blando
callado va,
con temeroso
vuelo
el aroma
esparciendo
de las rosas;
brilla la
luna, y
sueñan con
el cielo
los niños
que reposan,
contemplando
flores, luz
y pintadas
mariposas.
¡Niños!, al
soplo de mi
tibio
aliento,
dormid en
paz, que os
cubren con
sus alas
los blancos
y amorosos
serafines,
y
adornándoos
a un tiempo
con sus
galas
hacen que en
ondas os
regale el
viento
blando aroma
de lirios y
jazmines.
Y, en
tanto, el
astro de la
noche,
lento,
pálido,
melancólico
y suave,
del aire
azul recorre
los espacios,
globo de
plata o
misteriosa
nave,
vaga a
través del
ancho
firmamento,
por cima de
cabañas y
palacios.
Su tibia
luz
refléjase en
la tierra
como del
alba la
primer
sonrisa
que va a
alegrar las
aguas de la
fuente;
y al rizarse
los mares
con la brisa,
cuanto su
seno de
hermosura
encierra
muéstrase
allí,
brillante y
transparente.
Las
plantas y
los céfiros
susurran
con blando
son, y
acentos
misteriosos
lanza, al
pasar, el
murmurante
río,
y a través
de los
árboles
frondosos
las
estrellas
inmóviles
fulguran
chispas de
luz en su
ámbito
sombrío.
Todo es
reposo, y
soledad, y
sueño…
sueño
aparente y
soledad
mentida,
en el mundo
del hombre…
¡hermoso
mundo
cuando,
mintiendo, a
amarle nos
convida!
Y es que en
que fuese
amado puso
empeño,
quien llena
cielo y
tierra, y
mar profundo.
Mas… ¿qué
pálida
sombra cruza
el prado…
errante,
sola,
fugitiva y
leve?
Como si
fuese en pos
de un bien
perdido,
apenas al
pasar las
hojas mueve.
Y vaga al
pie del
monte y del
collado
cual
tortolilla
en torno de
su nido.
Virgen
parece por
la undosa
falda
y por la
blonda y
larga
cabellera,
que el
viento de la
noche manso
agita;
bello es su
rostro y
dulce la
manera
con que pisa
la alfombra
de esmeralda,
mientras su
seno con
ardor
palpita.
¡Pobre
mujer!… ¿Qué
culpa, qué
pecado
como aguijón
la ha herido
en su
inocencia,
que el calor
de su lecho
así abandona?
Yo sondaré
el dolor de
tu
conciencia,
que no en
vano a la
tierra he
descendido,
en nombre
del Señor
que la
perdona.

ESTACIONES

Adivínase
el dulce
y
perfumado
calor
primaveral;
los
gérmenes
se
agitan
en la
tierra
con
inquietud
en su
amoroso
afán,
y cruzan
por los
aires,
silenciosos,
átomos
que se
besan al
pasar.
Hierve
la
sangre
juvenil;
se
exalta
lleno de
aliento
el
corazón,
y audaz
el loco
pensamiento
sueña y
cree
que el
hombre
es, cual
los
dioses,
inmortal.
No
importa
que los
sueños
sean
mentira,
ya que
al cabo
es
verdad
que es
venturoso
el que
soñando
muere,
infeliz
el que
vive sin
soñar.
¡Pero
qué
aprisa
en este
mundo
triste
todas
las
cosas
van!
¡Que las
domina
el
vértigo
creyérase!…
la que
ayer fue
capullo,
es rosa
ya,
y pronto
agostará
rosas y
plantas
el calor
estival.
Candente
está la
atmósfera;
explora
el zorro
la
desierta
vía:
insalubre
se torna
del
limpio
arroyo
el agua
cristalina,
el pino
aguarda
inmóvil
los
besos
inconstantes
de la
brisa.
Imponente
silencio
agobia
la
campiña;
sólo el
zumbido
del
insecto
se oye
en las
extensas
y
húmedas
umbrías;
monótono
y
constante
como el
sordo
estertor
de la
agonía.
Bien
pudiera
llamarse,
en el
estío,
la hora
del
mediodía,
noche en
que al
hombre
de
luchar
cansado
más que
nunca le
irritan,
de la
materia
la
imponente
fuerza
y del
alma las
ansias
infinitas.
Volved,
¡oh,
noches
de
invierno
frío,
nuestras
viejas
amantes
de otros
días!
Tornad
con
vuestros
hielos y
crudezas
a
refrescar
la
sangre
enardecida
por el
estío
insoportable
y triste…
¡Triste!…
¡Lleno
de
pámpanos
y
espigas!
Frío y
calor,
otoño o
primavera,
¿dónde…,
dónde se
encuentra
la
alegría?
Hermosas
son las
estaciones
todas
para el
mortal
que en
sí
guarda
la dicha;
mas para
el alma
desolada
y
huérfana,
no hay
estación
risueña
ni
propicia.

ROSALIA
DE CASTRO

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